La democracia en juego

El alcance planetario que obtuvo el asalto al Capitolio de una banda de seguidores enfervorizados del presidente Trump, incapaz de aceptar la derrota de su líder en las pasadas elecciones estadounidenses, no vino por la duración del episodio, ni tan siquiera por la pérdida de 5 vidas humanas. La conmoción mundial se produjo por lo que los medios informativos y las declaraciones de los propios líderes mundiales definieron como el ataque a la cuna de la democracia, el intento de golpe insurreccional a las instituciones preservadas por el país que se enorgullece de poseer la primera constitución escrita del planeta.

La Educación –con mayúsculas- y un sindicato de clase como el nuestro, no pueden permanecer silenciosos ante este hecho, otro más en la serie de desagradables noticias llegadas desde los EE.UU. en estos últimos cuatro años:  aumento de las desigualdades -grandes áreas metropolitanas prósperas frente a un campo muy poco favorecido-,  medios de comunicación en plena época Internet -que ha ayudado a publicar de forma inmediata cualquier cuestión, falsa o verdadera- y sustitución (o, al menos, la sensación generalizada) de instituciones sólidas por mercados fluidos y desconocidos que aumentan la desconfianza ciudadana.

¿Ocurre esto sólo en la autodenominada primera democracia del mundo? ¿Está Europa a salvo de situaciones similares a la vivida en los EE.UU.? O, más concretamente ¿Está inmunizada España tras el golpe de estado de los militares en 1981?

La mayoría de autores coinciden en considerar muy preocupante la fragilidad del sistema democrático y la necesidad, por tanto, de estar apuntalándolo constantemente. Esta situación de provisionalidad continua está garantizada por los distintos significados que tiene la democracia para la ciudadanía de cualquier lugar. Para la mayoría, por ejemplo, representa la aspiración de que el pueblo es el que gobierna. Para las minorías es, además, la aspiración a que se protejan sus derechos. Para las élites, las que detentan el poder económico y político, la democracia debe permitir conservar su riqueza.  ¿Hablamos, por tanto, del mismo modelo de democracia? ¿Podemos entendernos ante tantas posibles democracias?

Un país, además de instituciones y una constitución elegidas por la ciudadana, necesita de un chequeo constante que revise si sus actuaciones internas soportan el análisis de un proceso democrático. En esa situación se encuentran, entre otros, países como Polonia, Hungría o Rumanía, en continuas revisiones de su actitud democrática por parte de las instituciones de la Unión Europea.

De ahí que sea una obligación de cualquier docente preservar en su alumnado una correcta formación en valores democráticos. Debemos ser conscientes de que la reproducción de nuestros actos, de nuestra forma de encarar la relación con ellas/os, de atender sus peticiones o argumentos, está siendo continuamente analizada y aprobada/reprendida. Sigue siendo triste y absolutamente descontextualizado de la labor docente actual escuchar y observar comportamientos alejados de estas variables, con la disculpa inaceptable de que “estas cosas le corresponden al de Ética”.

 

Tenemos que reconocer que en la labor de enseñar nos corresponde también advertir que no toda la democracia empieza y acaba en el lugar en el que se organiza en los países occidentales, en la democracia liberal. Deberemos explicar que además de la nuestra, la representativa, en la que designamos periódicamente a las personas que nos representarán en las distintas instituciones sociopolíticas, existe otra, la democracia directa, la asamblearia, la que permite una mayor interacción entre elector/a y elegible, la que obliga a un feedback constante entre representante y representado/a. La que se realiza en una organización sindical, como las CC.OO.

Y en esa exposición, no debería faltar la importancia -cuando no protagonismo- del pensamiento neoliberal en la conformación de la forma de democracia que tenemos actualmente. Conviene, por tanto, estar muy atentas/os a los desmanes que el neoliberalismo dominante intenta introducir para responder a sus propios intereses. Para ello, tendremos que ser capaces de idear e introducir los controles oportunos que permitan un juego compensatorio de equilibrios, en el que ninguno de los poderes institucionales de los que nos hemos dotado, adquieran un protagonismo exclusivo. Y exigirá estar muy atentas/os en los campos de negociación con la contraparte empresarial/administrativa para que no se nos excluya de los lugares de participación ganados con esfuerzo en los procesos electorales.

Si la democracia debe contribuir a mejorar el bienestar de toda la ciudadanía y a exigir una distribución equitativa de la riqueza generada, tenemos que trabajar para permitir implantar las políticas igualitarias que ayuden a ese objetivo. Ese es un espacio sindical irrenunciable que debemos cuidar y mejorar.

En fin, tenemos por delante un trabajo encomiable si deseamos llevar a nuestro alumnado una explicación fehaciente de lo ocurrido en el Capitolio el pasado día de Reyes y en nuestras democracias continuamente. Hablar de democracia implica concienciarnos de que es el colectivo docente el primero que debe dar un paso al frente demostrando lo que entiende por tal concepto. Y actuando en consecuencia.

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